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Un distante amanecer se asoma
Por el vidrio esmerilado de la puerta
Débil en contraste al foco incandescente
Que sin tregua esparce un brillo artificial
Sobre cada esquina del cubículo.

Y los dulces ruidos de la mañana
Caen sobre oídos sordos, alterados
De quien ha convertido el cuerpo en fábrica
En el último acto de empoderamiento
Y rebeldía contra el ser.

Pero un lamento aún así permanece
Un deseo primordial e instintivo
De escapar a lo borroso y profundo
De aquel mundo alienígena inhumano
Que se encuentra del otro lado de la ventana.

Y volar hacia aquel astral naranja
Que coincide siempre con los engranes
Del metrónomo en la pared
Por primera vez, sin plan, meta o destino
Para siempre, por siempre.

El brillo amarillo abdica, y en su lugar un tenue blanco
Y ahora el cuarto se ve como siempre
Estasis invernal, fría monotonía
Fuerte contraste a aquel mundo primaveral
Inaccesible e imaginario.

Y cuando el cansancio se torna insufrible
Y el ser surge victorioso
Sea cual sea el color de la puerta
Ella colapsa en su sitio
Descanso solo en nombre.

Pero en sueños, por fin desatada
Del tirano de elección propia
Un amplio mundo verde esmeralda
Se desenvuelve ante la imaginación
De quien nunca pudo presenciarlo.

Y ella corre, huye, del viejo mundo de acero
El subconciente sobreescribe la razón
Que la hizo elegir su celda
Y reconecta así el ser
Con el ciclo natural.

La puerta por fin se oscurece.
Y la línea de producción reinicia.

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